Recuerdo la última carta que mi padre envió a mi madre desde el frente hacía ya un año. Le informaba que su destacamento estaba siendo literalmente machacado por un enemigo muy superior, más en material que en hombres, y del cual era realmente consciente que nada más podían hacer contra aquel ejército nacional que con la ayuda de bombarderos alemanes desmoronaban tanto ciudades como ciudadanos, sin discernir cuál era su papel en aquella fraticida batalla. El destacamento republicano del cual formaba parte, conocía ya que únicamente intentaban poner algún tipo de impedimento. Que el valle del Ebro iba a ser su fin como el mío lo iba a ser esta celda. Sabían que estaban destinados a una derrota segura. Allí todos se sabían cadáveres –mi padre así se lo hacía saber a mi madre en la misiva-. Sólo era cuestión de tiempo en que el ejército republicano debería claudicar o morir en la batalla. Mi madre me leyó aquella carta, con sus ojos rojos bañados en un río de lágrimas. El nos anunciaba entre líneas que jamás lo volveríamos a ver. Ni vivo ni muerto. Y ambos lo supimos desde el mismo momento que leíamos aquellas palabras escritas de su puño y letra. A partir de entonces, creo que más con el corazón que con la cabeza decidí que debía ser yo ahora quien debía ir al frente. A luchar contra el monstruo fascista. A vengar la muerte de mi padre. Por el amor que tenía a mi padre. Siempre hay cosas que se hacen porque el corazón así te lo dicta. Siempre he creído importante actuar según los designios del corazón, dejando al margen lo que una mente racional te aconseja. Cuánta y cuánta gente está muriendo por un país y por unos ideales, únicamente porque su corazón se lo indica. Y yo, mañana mismo, voy a ser otro más en una lista infinita. Tanto por un bando, como por otro. Formando parte de unos figurantes imprescindibles para representar una tragicomedia indecente, mediante la cual se iba a tratar de transformar un dantesco escenario por otro mucho más idealista, para unos hijos ya huérfanos, a quienes el guión les ha dado la oportunidad de tenerlos, incluso para los privilegiados que los pudieron ver crecer. A tantos muchos como yo, que ni tan sólo pudimos verlos nacidos.
La carta de mi padre funcionó como el resorte que me hizo decidir que iba a ser yo quien iría al frente a sustituirlo en la inmundicia de las trincheras. En la lucha por una ideología ininteligible y por la que no entiendo cómo puede llegar a dividir tanto a un mismo pueblo hasta alcanzar la tesitura de matarse por algo, que sólo presuntamente, se dice mejor. Y seguramente lo será para sólo unos pocos.
Mi ignorancia y mi corazón me lanzaron a un incomprensible frente. Y los otros harán que no regrese jamás. Y mi madre volverá a recibir otra última carta. Y la leerá, esta vez en la soledad de un frío hogar. Un olvidado hogar. Bajo los recuerdos que fuimos capaces de regalarle tanto mi padre como yo. Y múltiples recuerdos que seguro le volverán a venir a la memoria. Y ríos de lágrimas que volverán a brotar de aquellos grandes ojos verdes, teñidos nuevamente al rojo, entre la sombra de un insomnio mal curado y un dolor exacerbado.
Seguía con aquel cruel sonido manchando mi mente y del que ya jamás seré capaz de huir.
Para aquel entonces, yo habré cambiado el sobrecogedor sonido de la puerta metálica cerrándose tras de mí, por el estruendo frontal de las armas del pelotón de fusilamiento de los verdugos, y del que ya jamás seré capaz de huir.
La carta de mi padre funcionó como el resorte que me hizo decidir que iba a ser yo quien iría al frente a sustituirlo en la inmundicia de las trincheras. En la lucha por una ideología ininteligible y por la que no entiendo cómo puede llegar a dividir tanto a un mismo pueblo hasta alcanzar la tesitura de matarse por algo, que sólo presuntamente, se dice mejor. Y seguramente lo será para sólo unos pocos.
Mi ignorancia y mi corazón me lanzaron a un incomprensible frente. Y los otros harán que no regrese jamás. Y mi madre volverá a recibir otra última carta. Y la leerá, esta vez en la soledad de un frío hogar. Un olvidado hogar. Bajo los recuerdos que fuimos capaces de regalarle tanto mi padre como yo. Y múltiples recuerdos que seguro le volverán a venir a la memoria. Y ríos de lágrimas que volverán a brotar de aquellos grandes ojos verdes, teñidos nuevamente al rojo, entre la sombra de un insomnio mal curado y un dolor exacerbado.
Seguía con aquel cruel sonido manchando mi mente y del que ya jamás seré capaz de huir.
Para aquel entonces, yo habré cambiado el sobrecogedor sonido de la puerta metálica cerrándose tras de mí, por el estruendo frontal de las armas del pelotón de fusilamiento de los verdugos, y del que ya jamás seré capaz de huir.
Sergi, me siento muy feliz, de que te encuentres entre mis seguidores,el parrafo que hoy nos transcribes, es para pensar, la guerra, siempre cruel, se convierte en repugnante cuando, la lucha no persigue mas fin que el de "engrandecer" a unos pocos, y no importa el bando al que se pertenezca, solo hay marionetas y la inteligencia obtusa de quien las maneja.
ResponderEliminarQue ninguna Madre, Esposa, Herman@, hijo, etc, tenga que llorar nunca mas por que algunos desalmados, decidan poner en marcha, "el juego del poder".
Un abrazo
Gracias Manuel.
ResponderEliminarHe estado tiempo off-line pero no me he olvidado de tu blog y las preciosas poesías con las que nos deleitas. Ha sido volver, y volver a seguirte de nuevo.
Gracias por tus poemas y me alegro que te haya gustado el texto del 'Sonido del miedo'.
Un abrazo